El carruaje de Jagannatha

 

Sri Aurobindo


La sociedad ideal es el vehículo de la Divinidad que habita dentro de un agregado humano, el carruaje para la travesía de Jagannatha. Unidad, Libertad, Conocimiento y Poder constituyen las cuatro ruedas de este carruaje.


La sociedad creada por el intelecto humano o por el juego de los impulsos vitales impuros de la Naturaleza pertenece a un orden diferente: aquí no es el carruaje de Dios el que dirige el destino de la colectividad, sino una deidad disfrazada que deforma la intuición divina encubriendo al Dios interior; es más bien el vehículo del ego colectivo. Vaga sin rumbo a lo largo de un camino abarrotado de placeres, arrastrado por las decisiones inmaduras y parciales del intelecto, y por los lerdos impulsos, tanto viejos como nuevos, de la naturaleza inferior. Mientras el ego es el amo, no es posible encontrar el objetivo


—incluso cuando se ha visto el objetivo no es posible encaminar el carruaje directo en esa dirección. El ego es un obstáculo a la plenitud divina, y esta verdad se aplica no sólo al individuo sino que es igualmente buena para el caso de la colectividad.


Se destacan tres grandes divisiones de la sociedad humana ordinaria.


La primero es el carruaje bien construido, pulido, brillante, limpio y cómodo, diseñado por artesanos expertos, tirado por caballos fuertes y bien entrenados, que avanza con cautela a un ritmo tranquilo sin ninguna prisa a lo largo de una carretera en buen estado. El ego sáttvico es su pasajero-propietario. Este carruaje hace el circuito del templo de Dios, situado en una región elevada muy por encima de él. Incapaz de acercarse mucho a la cumbre, se queda dando vueltas a cierta distancia. Si alguien quiere subir, la regla es bajarse del carruaje y trepar a pie. A la antigua sociedad aria, que surgió

 

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tras la época védica, se le puede comparar con un carruaje de este tipo.


El segundo es el automóvil del trabajador eficiente y amante del lujo. Avanza rápido, excitado e infatigable, a una velocidad exigente, rugiendo a través de la tormenta de polvo y deteriorando la calle a su paso. Los oídos se ensordecen con el ruido de su bocina, prosigue incansablemente su ruta derribando y atropellando a cualquiera que se cruce en su camino. La vida de los pasajeros corre peligro; los accidentes son frecuentes; el automóvil se golpea con frecuencia y es reparado con dificultad, y aún así continúa orgulloso. No hay una meta fija, pero cada vez que se avista un nuevo panorama no muy lejano, de inmediato el dueño del carro, el ego rajásico, conduce en esa dirección gritando: “Ese es el objetivo, ese es el objetivo”. Conducir este automóvil es placentero y divertido; sin embargo, el peligro es inevitable, al igual que es imposible alcanzar al Divino. La sociedad moderna de Occidente es un carruaje de estas características.


El tercero es la sucia, vieja, destartalada carreta de bueyes, lenta como una tortuga, jalonada por bueyes escuálidos, hambrientos y extenuados, que rueda por las estrechos caminos carreteables; en ella va sentando un hombre perezoso, ciego, barrigón y decrépito vistiendo ropas andrajosas; fumando con gusto su narguile manchado de barro y escuchando el crujido chillón de su carreta, perdido en una nube de recuerdos vagos y distorsionados de días lejanos.


El nombre del propietario es el ego tamásico y el del carretero es conocimiento libresco. Él consulta un almanaque para fijar la hora y la dirección de su partida. Sus labios repiten la sentencia: “Más vale malo conocido, que bueno por conocer”. En este carruaje hay una perspectiva brillante y clara de alcanzar, aunque no al Divino, el Vacío de Brahman.


La carreta de bueyes del ego tamásico es segura siempre y cuando ruede en los polvorientos caminos destapados de las

 

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aldeas. Nos estremece pensar lo que podría pasarle si un día toma las avenidas del mundo donde transitan presurosos cientos de automóviles. El peligro radica en el hecho de que está más allá del conocimiento y de la capacidad del ego tamásico el reconocer o admitir cuándo es tiempo de cambiar de vehículo. No es proclive a hacerlo, pues, entonces, su negocio y su propiedad se perderían. Cuando surge una dificultad, unos cuantos pasajeros dicen: “No, déjalo así. Nos sirve porque es nuestro”. Estos son patriotas ortodoxos o sentimentales. Algunos dicen: “¿Por qué no hacerle unos cuantos arreglitos?”, como si mediante este simple recurso, la carreta de bueyes se pudiera transformar de inmediato en una perfecta e inapreciable limusina. A tales patriotas se les conoce como reformadores. Otros dicen: “Tengamos de nuevo nuestro hermoso carruaje de antaño”. A veces, incluso tratan de encontrar la manera y los medios de llevar a cabo esta imposibilidad. No existe la menor señal en ninguna parte que garantice que sus esperanzas alguna vez se harán realidad.


Si tenemos que elegir uno de estos tres vehículos, renunciando a empeños aún mayores, entonces es lógico construir un nuevo carruaje del ego sáttvico. Pero mientras el carruaje de Jagannatha no se haya construido, la sociedad ideal tampoco tendrá forma. Esa es la imagen ideal y máxima, la manifestación de la verdad más elevada y profunda. Impulsada por la Deidad Universal, la raza humana se esfuerza por crearla, pero debido a la ignorancia de la Naturaleza sólo consigue crear una imagen diferente, ya sea deformada, cruda y fea o, si es medianamente aceptable, incompleta a pesar de su belleza. En lugar de crear una Shiva, modela un enano o un demonio o una deidad inferior de los mundos intermedios.


Nadie conoce la verdadera forma o el diseño del carruaje de Jagannatha, ningún artista de la vida es capaz de dibujarlo. Oculta bajo muchas capas, esta imagen resplandece en el corazón de la Deidad Universal. La intención de Dios es manifestarla y establecerla en el mundo material,

 

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progresivamente, a través del esfuerzo de muchos Enviados Divinos, videntes y creadores.


El verdadero nombre del carruaje de Jagannatha no es sociedad, sino comuna. No una asociación informal humana con diversas tendencias o una mera multitud, sino una organización indivisible sin convencionalismos; comunidad gnóstica creada por el deleite y el poder unificador del auto-conocimiento y del conocimiento divino.


Sociedad (sawa) es el nombre dado a la organización, a ese dispositivo que permite que una colectividad humana trabaje junta. Al comprender la raíz de la palabra, también podemos aprehender su significado. El sufijo sama significa unidos, la raíz aj significa ir, correr, luchar. Miles de personas se unen en pro del trabajo y para satisfacer sus deseos. Ellos persiguen objetivos múltiples en el mismo campo —¿quién puede llegar primero?, ¿quién puede llegar a la cima?— y a causa de esto hay lucha competencia, disputas y peleas no sólo entre ellos sino también con otras sociedades. Para poner orden en este caos, para obtener ayuda y satisfacer las tendencias mentales, se establecen diversas relaciones e ideales; el resultado es algo temporal, incompleto y que se ha logrado con dificultad. Ésta es la imagen de la sociedad, de la existencia inferior.


La sociedad inferior se basa en la división. Una unidad parcial, incierta y de corta duración se construye sobre esa división. La estructura de la sociedad ideal es todo lo contrario. La unidad es la base, hay un juego de diferenciación en pro del placer multiforme, no de la división. En la sociedad encontramos un indicio de la unidad física y mentalmente concebida que surge del trabajo, pero la unidad basada en el ser es el alma de la comuna espiritual.


Ha habido varios intentos parciales y sin éxito de establecer una comunidad en un campo limitado, ya sea inspirado en las ideas intelectuales de Occidente o con el fin de practicar sin impedimentos la disciplina de la inacción que conduce al Nirvana como entre los budistas, o debido a la intensidad de

 

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los sentimientos espirituales como en las comunidades cristianas primitivas. Pero al poco tiempo todos los defectos, las imperfecciones y las tendencias normales de la sociedad infiltraron la comuna espiritual y la redujeron a la sociedad ordinaria. La idea de un intelecto inquieto no puede perdurar; es arrastrado por la corriente irresistible de viejos y nuevos impulsos vitales. La intensidad emocional no puede dar resultado en este empeño; a la emoción la desgasta su propio ímpetu. Uno debe buscar el Nirvana por sí solo; formar una comuna en busca del Nirvana es una acción contradictoria. Una comuna espiritual es, debido a su misma naturaleza, el campo de juego del trabajo y la reciprocidad.


El día que la unidad fundamentada en el alma nazca mediante la armonía y la integración del conocimiento, la dedicación y las obras, tal como las impulsa la voluntad del Supremo, la Persona Universal, ese día el carruaje de Jagannatha aparecerá en las avenidas del mundo, irradiando su luz en todas las direcciones. Satya Yuga, la Era de la Verdad, descenderá sobre la Tierra, el mundo del hombre mortal se convertirá en el campo de juego del Divino, en la ciudad-templo de Dios, en la metrópolis de Ananda.

 

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